Publicado en: Sección Vida, Ciencia y Tecnología, “El Mercurio”
25 de Febrero, 2020
Que cada minuto de internet puede comprometer el bienestar de niños y adolescentes es una creencia que se populariza a medida que crece el debate y el estudio sobre el tiempo que dedican las nuevas generaciones al uso de dispositivos móviles.
Pero un creciente cuerpo de investigación sugiere que el miedo a las pantallas no se justifica, al menos por ahora. Esto, porque la evidencia por la relación entre estar conectado y la salud mental de los menores aún no es sólida.
“El pánico no está justificado” dice a “El Mercurio” Andrew Przybylski, director del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford (Reino Unido), quien estudia el tema.
“Hay buenas razones para ser críticos y escépticos sobre el papel de las empresas tecnológicas en la vida de los jóvenes, pero la preocupación extrema por las pantallas o los teléfonos inteligentes aún está fuera de lugar”.
Przybylski, quien ha publicado varias revisiones sobre los estudios disponibles, explica por qué: “Básicamente, nuestra investigación indica que no hay un efecto claro en absoluto. Esto podría deberse a que la tecnología no afecta a todos los adolescentes de la misma manera”.
Uno de los estudios más recientes se publicó el mes pasado en el Jorunal of Child Psychology and Psychiatry. En él se analizaron 40 investigaciones que habían examinado el vínculo entre las redes sociales, la depresión y la ansiedad en los adolescentes. La conclusión fue que ese vínculo es muy pequeño e inconsistente.
El trabajo se dio a conocer varias semanas después de que Amy Orben, investigadora de la Universidad de Cambridge, publicara un análisis que llegó a conclusiones similares.
Según Orben, si bien es cierto que varias investigaciones arrojan niveles de bienestar relativamente bajos en los jóvenes que informan un mayor uso de las redes y celulares, la mayoría de los estudios se basan en una pequeña muestra de participantes, sus hallazgos no indican una relación fuerte y sus conclusiones pueden estar hechas en base a ruido estadístico.
“Creo que no se justifica para nada la relación del miedo, porque la evidencia sobre los perjuicios de la tecnología en los jóvenes aún no es tan fuerte” comenta Orben a “El Mercurio”.
“Nuestros estudios han hallado una relación muy pequeña y poco significativa entre quienes usan muchas redes sociales y se sienten mal de ánimo, pero además hemos encontrado que quienes ya se sienten mal usan mucho las redes, entonces no sabemos si los jóvenes ya están con problemas que los hacen refugiarse en internet”.
Prestar atención
La investigadora admite que muchos padres pueden estar confundidos sobre lo contradictoria que ha sido la ciencia al respecto.
“Por ahora, algo que me parece crucial es estar atento a que están viendo (en internet) los niños y jóvenes, porque no es lo mismo pasar veinte minutos hablando por Skype con la abuela que viendo contenido suicida”.
Andrea Aguirre, psiquiatra infanto-juvenil de la Clínica Universidad de Los Andes, concuerda en que culpar a la tecnología de cuadros depresivos y ansiosos es presurado.
“Efectivamente faltan estudios, porque el tema tecnológico lleva unos treinta años, pero para poder probar causa y efecto, hace falta más tiempo y mayor evidencia”, dice Aguirre.
Según agrega no hay una relación bien establecida entre usar demasiado celular y tener problemas de salud mental: “Hay un contexto y puede ser que algunos tengan cierta susceptibilidad a la depresión o antecedentes familiares, a lo que hay que estar alerta”.
María Soledad Garcés, directora de la Fundación para la Convivencia Digital, coincide en que el temor no se justifica, pero opina que el extenso uso que hacen los niños y jóvenes de la tecnología, requiere «estar alerta».
Junto con Aguirre, Garcés comenta que cada vez hay menos evidencia de que los dispositivos móviles pueden ser muy adictivos. Desde la neurociencia, explican, se ha visto que el uso de pantallas interactivas impulsa la liberación de altas dosis de dopamina, un neurotransmisor asociado al placer y a la motivación, lo cual podría llevar a conductas adictivas.
Para ambas, la palabra clave es educación, que pasa por establecer límites y conversar sobre los peligros que hay internet.
Es algo que le ha funcionado a la profesora Jessica Escobar. Hoy sus tres hijos (11, 13 y 15 años) manejan sus propios celulares y el hecho no se ha convertido en un problema, dice.
“Yo los dejo usar los teléfonos porque veo que los ayuda no solo a estudiar, sino también para formar su personalidad por ejemplo en Tik Tok (a través de la publicación de videos de comedia o baile), o simplemente conectarse con los amigos”.
“Pero yo educo y pongo ciertas reglas, como en horarios en los que no se pueden usar el celular” cuenta Escobar.
Y añade: “También conversamos sobre la gente que busca hacer daño en internet y planificamos actividades en familia con descanso en tecnología. Yo veo que eso les ha servido para autorregularse”.