Leer, escribir, hablar, escuchar. Son esas las habilidades y los objetivos que busca desarrollar y potenciar la asignatura de Lengua y Literatura. Leer para integrar la literatura a la experiencia personal, incentivar una respuesta propia y honesta, reflexionar sobre las problemáticas universales del ser humano, estimular la creatividad.
Como Departamento de Lenguaje y Comunicación hemos decidido compartir experiencias de nuestros alumnos en esta tarea de leer, escribir, hablar y escuchar. Elegimos dos niveles distantes, el testimonio de lectura y expresión oral de una alumna de 8º básico y el trabajo creativo de alumnos de IVº Medio.
El primero versa sobre la unidad “Utopía y Distopía”, en el que convergen literatura y la actividad de la “mesa redonda”, que busca potenciar la expresión oral. Sobre estos aprendizajes, el testimonio de Isidora Urenda, del 8º básico A.
Experiencia personal con el tema utopía y distopía. Autora: Isidora Urenda, 8º A
Mi profesora de Lenguaje y Literatura, Frau Patricia Péndola, nos pidió o solicitó que las personas que quisieran podían hacer un texto de nuestra opinión con el tema utopía y distopía e incluir la experiencia haciendo el trabajo (mesa redonda). En ese momento me sentí instantáneamente interesada, dispuesta y simplemente feliz de poder compartir este tema, que se podría decir que me cambió un poco la vida y la forma de ver las cosas.
Yo elegí la novela Los Juegos del Hambre para el trabajo, me tocó un buen grupo y el procedimiento para la creación de esta mesa redonda fue muy grato para mí, ya que aprendí a trabajar en equipo, tener una opinión o punto de vista de las cosas, apreciar más lo que tengo y me otorgó un nuevo conocimiento de cómo comunicarme formal y adecuadamente.
Al tener la oportunidad de presentar una opinión, mi objetivo personalmente era conmover a mi público, hablando sobre temas que me importaban tratar, temas y problemáticas actuales. Estos son: injusticia social, explotación laboral, cosificación, entre otros. Me considero una persona con suerte, ya que la temática de Los Juegos del Hambre me ayudó mucho a expresarme, y a asimilar los problemas de la novela con los de la actualidad.
Este trabajo significó mucho para mí, no solo porque ayudó mucho en ampliar el conocimiento, porque trabajé en equipo y aprendí una cantidad muy extensa de cosas, sino que también me ayudó a encontrar mi voz y a tener la confianza de plantear temas que son muy importantes para mí. La sensación de que todo el curso esté atento escuchando tus ideas, opiniones y puntos de vista, es algo simplemente hermoso, por lo menos así lo sentí yo.
IVº Medio y Pedro Páramo
Quisimos indagar en las emociones y en la creatividad de nuestros y nuestras estudiantes después de la lectura de Pedro Páramo. Dicha novela, del escritor mexicano Juan Rulfo, ofrece al lector una trama inquietante, compleja, a veces oscura. Por ello, la propuesta de evaluación del renombrado texto literario consistió en dos desafíos a partir de alguna cita de la novela: dibujar la escena de la cita y justificar tanto la ilustración como la elección de la cita en una reflexión posterior, o elaborar el monólogo de alguno de los muchos personajes, de las voces de la narración. El hermoso resultado combina lectura, escritura y la ilustración. Hemos seleccionado algunos de ellos para compartirlos con nuestra comunidad educativa.
Monólogo de Juan Preciado. Autora: Amanda Carvallo, IVº B.
“Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida…”
Ahora lo comprendo, lo que me dijo mi madre aquella vez. Pensé que lo decía por el amor y los recuerdos que su pueblo natal le traían, por las memorias que había creado aquí. Pero nunca me imaginé que era esto lo que significaba y aún menos que sería así como yo también acabaría. Este lugar no es un sueño, es más bien una pesadilla. No hay árboles aquí como mi madre recordaba. Solo quedan las raíces de aquellos que deambulan por las calles vacías reviviendo sus errores en vida y buscando un perdón que parece inalcanzable.
Y ahora yo, por haber muerto en este infierno, por la sangre que corre por mis venas y las raíces que me amarran a esta tierra, estoy también condenado a vagar en el purgatorio de Comala por la eternidad. El amanecer, la mañana, el mediodía y la noche. Caminar calles vacías y murmurarle a los vivos, ese es mi destino. Tal vez todo habría sido distinto si no le hubiera prometido nada. O podría simplemente haberla dejado morir en calma y asentir a su petición, para luego nunca cumplirla como originalmente tenía pensado. Pero algo me llamó a este lugar, algo más que una promesa, más que el dinero de mi padre, fue la muerte misma la que me estaba llamando. Estoy atado a este condenado lugar, aunque quiera negarlo. Ahora soy parte de los murmullos. Los mismos murmullos que me trajeron a esta plaza, y me encaminaron a mi final. Ahora camino y camino y camino, atascado en los recuerdos, en la impotencia, en el rencor, en cómo desperdicie la vida, en lo que podría haber hecho si tan solo nunca hubiera venido. Quizás este es el castigo de mi propio pecado, haber jurado a mi propia madre en vano. ¿En qué clase de hijo me he convertido? Amé a mi madre por darme la vida, por criarme, pero también la resentí por nunca haberme hablado de mi padre. De todas maneras, nada de eso importa ya, ya que ahora lo comprendo todo. Mi madre amaba a este lugar lleno de árboles y gente, donde jugó y creció, donde se encuentran los recuerdos de su niñez. Mi padre la engañó, le robó todo lo que era suyo y la envió lejos olvidándose de ella. “Cóbraselo caro” me dijo. Mi madre no murió en paz, ella forma parte también de los arrepentidos, de los pecadores, de los que deambulan por este purgatorio al que alguna vez ella llamó hogar. Ella también es parte de los murmullos. Solo espero que, con mi muerte, aquí en el lugar que nació y amo, su alma haya podido encontrar alguna forma de alivio. Madre, tú que naciste y amaste estas tierras, fuiste desterrada y no pusiste morir en tu hogar, espero que sepas que yo, tu hijo, el que está conectado contigo por sangre, por tierra y por alma, encontré mi final en tu pueblo y aquí he de descansar despierto. Madre, ambos somos los murmullos de este pueblo y contaremos tu historia. Así se los cobraremos caro.
Monólogo de Miguel Páramo. Autora: Matilde Moral, IVº B
«No. Loco no, Miguel. Debes estar muerto. Acuérdate que te dijeron que ese caballo te iba a matar algún día. Acuérdate, Miguel Páramo.»
La confusión que me empapa no me deja pensar. ¿Por qué no he podido llegar? He hecho el mismo camino cada noche de cada semana, mas hoy no hubo caso. Frustrado cabalgo de vuelta a Comala, en busca de consuelo, pero no sé a quién acudir. Todos dirán que estoy loco si comparto mi preocupación, por lo que prefiero callar. Sigo mi camino rodeado de humo que nubla mi visión.
¿Quién podrá ayudarme? Soy un hombre quien no ha hecho pecado imposible de perdonar, entonces debería haber alguien en el pueblo que esté dispuesto a consolarme, más no puedo pensar en nadie que calce ese rol.
Al volver a la Media Luna me doy cuenta que ya no voy a caballo, sino que movido por mis propias piernas, así que camino de vuelta al pueblo en busca de ese alguien.
Mis pasos me llevan de forma automática a casa de Eduviges; es ella la única que podrá entender mis problemas. Dudo antes de tocar su ventana, pues es la medianoche, pero estas se desvanecen al momento que ella aparece ante el vidrio. Como si al verla se hubiera roto una presa, las palabras de mi vivir brotan como agua de mi boca. Le cuento de Contla y de la neblina, de mi caballo y de mi andar, pues ella comprende lo que sucede y me asegura que no estoy loco. Más el anuncio de mi muerte no es algo que esperaba que saliera de sus labios. “Tal vez te pusiste a hacer locuras y eso ya es otra cosa”, me dice, sabiendo que es verdad, ya que es algo así como una locura lo que hice al salir hacia Contla. Pienso que tal vez ese salto que acortaba el camino fue mi último momento, mas no recuerdo nada más. No recuerdo haber muerto, pero esas son cosas que uno no debería saber. Eduviges se ve calmada, casi como si mi visita fuera necesaria para su buen dormir, y con la misma mirada de siempre se despide de mí. El cierre de su ventana corta el hilo de mi vida, no me queda más que seguir hacia arriba. Camino de vuelta a la Media Luna y noto que Colorado ya está ahí. Luce inquieto y desconcertado, como si hubiera cometido un pecado. Y a pesar de mis deseos de ir a calmar su temple, hay algo que me tira hacia seguir subiendo la pendiente. En el punto más alto del cerro hay una luz esperando. Al acercarme escucho murmullos de voces angelicales que me invitan a esperar el veredicto de Dios. Clavo mis pies en la tierra por última vez y mi cuerpo liviano, sin materia mortal, se eleva hacia los brazos del Señor.
Monólogo de Susana San Juan. Autora: Camila Olivera, IVºA
Misterio intangible
“(…)Tu madre decía que cuando menos nos queda la claridad de Dios. Y tú la niegas, Susana. ¿Por qué me niegas a mí como tu padre? ¿Estás loca?
- ¿No lo sabías?
- ¿Estás loca?
- Claro que sí, Bartolomé. ¿No lo sabías?” (p. 90, Pedro Páramo).
Siento… siento como el mar roza mis dedos. Como la arena se mimetiza con mi piel. Siento los brazos de Florencio y el agua cálida, abrazándome, sosteniéndome y me siento en casa. Siento un fervor ardiente en mi piel, todo mi cuerpo envuelto en un sudor absoluto.
No tolero este calor. Me sofoco.
Necesito sacarme estas ropas y me desnudo. Quedo vulnerable. Libre. Y despierto, Florencio no está, no… no tiene sentido, nada tiene sentido. No quiero salir, no quiero levantarme, ver el sol, el mar, la luz. No quiero nada. Quiero desaparecer.
Basta, basta, basta ¡Dejen de gritar! Justina dice que nadie está gritando, pero eso no es verdad, yo lo escucho, lo escucho todos los días, a cada hora, a cada minuto, a cada segundo.
¿Acaso me cree loca?
¿Cree que estoy loca?
Estoy loca.
No estoy loca.
Florencio… siento a Florencio, como toma mi mano, como me toca, me siento completa, me siento feliz. ¿Florencio? No. Florencio no está ¿Qué es esto que estoy sufriendo? ¿Es esta vida un verdadero pecado, un verdadero infierno? Esto es el infierno. No hay tal cosa como el cielo. Eso no existe.
Pedro Páramo.
Pedro Páramo me ama, me adora, me idolatra, soy la mujer de sus sueños, soy su luz de su vida. Pero yo no lo amo, yo no siento nada, no lo quiero ver, no lo quiero tocar, no lo quiero sentir. No me interesa mi marido. Cree que me conoce, pero no tiene idea de lo que pasa en mi cabeza. No tiene idea de nada. Pedro Páramo no me entiende. Soy el mayor misterio de su existencia. Su único deseo es tocarme y es lo único en esta vida a lo cual Pedro Páramo no puede acceder.
Quiere “ayudarme”. ¿Ayudarme a qué?, él no me puede ayudar, nadie me puede ayudar, esto no es un dolor, no es una aflicción, una enfermedad curable, es un odio hacia mi existencia. El odio no tiene cura. Yo no quiero su ayuda, yo solo quiero irme de esta desgraciada existencia.
¿Es ese mi Padre? ¿Es él? Viene a ofrecerme su consuelo, pero yo no quiero su consuelo, no quiero su ayuda, no lo necesito. ¡Ándate!, es lo único que le puedo decir.
Siento cómo se congela mi piel, me siento incómoda, me quedo inmóvil, siento la muerte cerca de mí, como si viniera por mí. Pero no. Todavía no.
Llamaron al Padre Rentería. ¿Por qué llamaron al Padre Rentería? No me importa. Me siento en el lecho de mi muerte y quiere darme la comunión, pero no quiero la comunión.
Sola me quiero morir, sola me quiero ir. Reencontrarme con Florencio, sentir su cuerpo, su alma, su vida.
Sentirlo.
8 de diciembre, muero. Por fin, por fin desaparezco de este infierno viviente, de esta vida miserable, de mi existencia tormentosa. Quizás pensé que llorarían mi muerte, pero no, mi entierro pasó desapercibido. Mi entierro fue una fiesta. Pero… no me importa, ya nada me importa.
Bajo tierra, oigo cómo hierve la sangre de Pedro Páramo. Mi muerte no pasó inadvertida para Pedro Páramo. Al contrario, fue la muerte de su sentir. De aquí ya no sé más, sólo sé que Comala, muere conmigo.
Monólogo de Pedro Páramo- Autor: Cristóbal Calderón, IV° B
“El sol se fue volteando sobre las cosas y les devolvió su forma. La tierra en ruinas estaba frente a él, vacía. El calor caldeaba su cuerpo. Sus ojos apenas se movían; saltaban de un recuerdo a otro, desdibujando el presente. De pronto su corazón se detenía y parecía como si también se detuviera el tiempo. Y el aire de la vida.”
Mi vida… ¿Qué ha sido de mi vida? ¿Por qué y cómo terminé aquí, pensando en estas cosas de una manera tan miserable y solitaria? Eso es. Estoy solo. Me dejaste solo. Incluso podría decir que me dejé solo yo mismo. Todo lo que hice, lo que la gente hacía por mí, todo lo que había conseguido… no es más que plata y poder; lo único que logré en toda esta solitaria vida fue plata y poder… nada más. Siempre estuve solo. Incluso con la compañía y servicio de Fulgor, con las ayudas de Gerardo, cuando mi padre aún vivía, incluso cuando me casé con Doloritas, seguía persiguiendo el mismo sueño inolvidable, el mismo sueño inalcanzable. Me terminé convirtiendo en alguien frío.
Cuando me casé con Doloritas por las deudas y luego la eché de vuelta con su hermana, cuando robé los territorios, incluso cuando murió el único hijo que crie, que terminó sus días como un criminal, y chantajeé al padre Rentería por su perdón, no sentí ningún remordimiento, ni siquiera pena alguna.
Cuando comenzaron las levantadas de armas, no sentí nada en ninguna de las veces que nos tuvimos que cambiar de bando buscando quedarnos en el lado ganador, tampoco cuando les prometí dinero que no tenía a los mismos hombres que habían matado a Fulgor esa misma noche, para poder tenerlos a mi beneficio en las revueltas. Logré construir Comala a mi gusto, y tener la suficiente autoridad para hacer lo que se me pinte, pero nunca conseguí lo que realmente quería. El haberte reencontrado en mi tardía edad me volvió a iluminar el alma, e hice todo lo que pude para hacerme con tu amor, pero todo fue una falsa esperanza. Ni siquiera dudé en tratar con tu padre para que no estorbara, pero nunca lograste abandonar esa pesadilla, esa estúpida pesadilla que no me dejó disfrutar de mi vida. Cuando finalmente te fuiste, perdí todo propósito, y me di cuenta de lo miserable que era. Ahora aquí estoy, viejo, al lecho de mi muerte en este pueblo de ánimas frustradas. Espero que pronto me llegue la hora, solo por la mera posibilidad de volverte a ver. Lo que dijo el padre Rentería aquella vez me tiene siempre pensando. Si es verdad que los locos reciben el perdón de Dios incondicionalmente, entonces jamás te volveré a ver, porque me voy a ir directo al Infierno. No tengo nada con lo que negociar con Dios, pues todo lo que conseguí fue a costa de otros, y la única persona que amé nunca me correspondió, por lo que ni siquiera me va a dar la palabra. Me quedaré en el infierno, quizás con las mismas ánimas que se pasean por las noches en este pueblo putrefacto. Ahora que me estoy muriendo, conmigo se cae todo lo que hice en esta vida. Todo lo que se está derrumbando son cosas que no me importan, pues pese a todos mis esfuerzos, lo que realmente quise nunca lo tuve verdaderamente. Nunca te pude tener, Susana.